Mal, muy mal.

No, no es un estado de ánimo. No es que siga en plan sereno, es que estoy en plan exaltado y casi febril. El sábado por la noche, en medio de una situación absurda (de cercanía con otra persona) me vine abajo y por fin, exploté en el llanto que no llegaba estas dos semanas. Y qué forma de llorar, madre. No recuerdo haber llorado así en tanto tiempo…. Lloraba porque lo echaba de menos, porque a pesar de todo quería estar con él, porque no me apetecía encontrarme de forma intima con otra persona, por los quince días más horribles que recuerdo en mucho tiempo, por sentirme vulnerable, frágil… por desear que fuera él el que me abrazara…

Desde entonces, parece que estoy mejor. Pero ya no sé que pensar. Digamos que si antes reprimía lo que sentía, ahora estoy como anestesiada. Siento que hay algo que funciona mal, muy mal en mi. Lo que me pide el corazón y lo que me pide el cuerpo son dos cosas muy distintas. Como el corazón duele, y sangra y está tan herido, he decidido inconscientemente que voy a escuchar a mi cuerpo, que es fácil de engañar (bendito cerebro casi masculino que tengo).

Así que aquí sigo. Dándome las dos semanas de gracia para hacer todas las tonterías posibles sin pedirme responsabilidades. Pero ahora al menos no me siento destrozada.

Me siento egoísta, dividida e histérica.

Lo mejor de mi, vaya.

(Y menos mal que no me ha dado por el Cacique)